miércoles, julio 30, 2014

YA NO BAJO A ALICANTE



Vivo en el Altozano y ya apenas piso el centro de la ciudad. A día de hoy, debe de hacer como un mes que no piso más allá del edificio de los representantes donde vive mi madre. He perdido el interés por las calles que fueron de mi niñez y que ahora apenas reconozco. Alicante se ha convertido en una ciudad gris, de hormigón y acero donde cada vez quedan menos árboles en los parques y menos bancos en los que descansar a la sombra. Sustituidos por los veladores de las cada vez más abundantes cafeterías para los turistas de medio pelo que visitan la ciudad. Terrazas clónicas de maderas tropicales y sombrillas de diseño en donde los visitantes de la “Virgen del Remedio” de Dusseldorf o de la “Colonia Requena” de Birmingham se cuecen al vapor del hormigón, rociados por aspersores de agua.
 El centro de Alicante se ha convertido en un lugar de consumo donde hasta para mear tienes que consumir en alguna de las franquicias que atestan las calles. Calles para el turista, nacional o extranjero, calles para el “Tardeo”, que se convierte en “Nocheo” y en  “Madrugueo” que mantiene insomnes a los vecinos de “Toda la vida” que tienen (los que pueden) que dormir con las ventanas cerradas y el aire acondicionado puesto. Un centro cuyo epicentro en el puerto se ha convertido en una especie de Disneylandia de tercera con un churrigueresco Casino, un barco pirata de Guardarropía y un tiovivo triste que se cuece al sol de la Terreta. Una playa del Postiguet tomada por unas atracciones flotantes que cuestan un ojo de la cara y vigilado desde lo alto por un castillo en el que para acceder a lugares restaurado con el dinero de todos tienes que pagar una entrada o contratar una visita guiada, mientras que el otro castillo, junto al que vivo se pudre en soledad lleno de antenas y maleza.
 Un centro en el que la gente ya no sale con la silla a tomar el fresco por que un guardia vendrá y le multará, donde no se oyen las risas de los niños por que están todos en el Corte Ingles o en la FNAC, donde el asfalto quema por que los regadores ya no riegan y los árboles no dan sombra por que los han arrancado de raíz, donde los vecinos ya no se conocen y los pocos que se conocen son ya demasiado viejos para salir a la calle, esa calle comercial, clónica, llena de parterres rompe piernas atestados de ridículas florecitas que mueren al poco para ser sustituidas por otras con la consiguiente ganancia para ya se sabe quien, una calle en fin, clónica, de fachadas feas y dispares, con escaparates de diseño “Hipster” que en nada difieren de otras miles de ciudades adocenadas y sin personalidad que han vendido su alma al oropel y la ganancia rápida de unos pocos, perdiendo en el camino sus señas de identidad.

 Este ya no es mi Alicante, en nada me reconozco, por eso he dejado de bajar a visitarlo.