YA NO BAJO A ALICANTE
Vivo en el Altozano y ya apenas piso el centro de la ciudad.
A día de hoy, debe de hacer como un mes que no piso más allá del edificio de
los representantes donde vive mi madre. He perdido el interés por las calles
que fueron de mi niñez y que ahora apenas reconozco. Alicante se ha convertido
en una ciudad gris, de hormigón y acero donde cada vez quedan menos árboles en
los parques y menos bancos en los que descansar a la sombra. Sustituidos por
los veladores de las cada vez más abundantes cafeterías para los turistas de
medio pelo que visitan la ciudad. Terrazas clónicas de maderas tropicales y
sombrillas de diseño en donde los visitantes de la “Virgen del Remedio” de Dusseldorf
o de la “Colonia Requena” de Birmingham se cuecen al vapor del hormigón,
rociados por aspersores de agua.
El centro de Alicante
se ha convertido en un lugar de consumo donde hasta para mear tienes que
consumir en alguna de las franquicias que atestan las calles. Calles para el
turista, nacional o extranjero, calles para el “Tardeo”, que se convierte en
“Nocheo” y en “Madrugueo” que mantiene
insomnes a los vecinos de “Toda la vida” que tienen (los que pueden) que dormir
con las ventanas cerradas y el aire acondicionado puesto. Un centro cuyo
epicentro en el puerto se ha convertido en una especie de Disneylandia de
tercera con un churrigueresco Casino, un barco pirata de Guardarropía y un
tiovivo triste que se cuece al sol de la Terreta. Una playa del Postiguet
tomada por unas atracciones flotantes que cuestan un ojo de la cara y vigilado
desde lo alto por un castillo en el que para acceder a lugares restaurado con
el dinero de todos tienes que pagar una entrada o contratar una visita guiada,
mientras que el otro castillo, junto al que vivo se pudre en soledad lleno de
antenas y maleza.
Un centro en el que
la gente ya no sale con la silla a tomar el fresco por que un guardia vendrá y
le multará, donde no se oyen las risas de los niños por que están todos en el
Corte Ingles o en la FNAC, donde el asfalto quema por que los regadores ya no
riegan y los árboles no dan sombra por que los han arrancado de raíz, donde los
vecinos ya no se conocen y los pocos que se conocen son ya demasiado viejos
para salir a la calle, esa calle comercial, clónica, llena de parterres rompe
piernas atestados de ridículas florecitas que mueren al poco para ser
sustituidas por otras con la consiguiente ganancia para ya se sabe quien, una
calle en fin, clónica, de fachadas feas y dispares, con escaparates de diseño
“Hipster” que en nada difieren de otras miles de ciudades adocenadas y sin
personalidad que han vendido su alma al oropel y la ganancia rápida de unos
pocos, perdiendo en el camino sus señas de identidad.
Este ya no es mi
Alicante, en nada me reconozco, por eso he dejado de bajar a visitarlo.