domingo, septiembre 02, 2007

HAMBRE EN EL PAÍS DE LA CARNE.
Esta mañana mi hijo ha desayunado una rebanada de hogaza con aceite y miel, un vaso de leche con cacao y una pera. A media mañana seguramente se zampará un bocadillo, luego comerá un plato de caliente, hará merienda y por la noche cenará un plato de salchichas o croquetas con ensalada, fruta y algun lacteo tipo danonino.
Lo normal, dirán ustedes, en un niño de cuatro años que no para quieto en todo el día. Tal vez, pero esa normalidad a la que estamos tan mal acostumbrados en nuestro llamado primer mundo queda laminada cuando rascamos un poco ese barniz de prosperidad con que tratamos a veces de ocultar lo que ocurre en nuestros propios paises a poco que nos alejamos de nuestros propios ombligos.
Hoy me encuentro de nuevo con esta noticia que se repite cada x años y que no por conocida deja de ser tan sangrante como la primera vez que la leí.
En Argentina, el primer productor mundial de carne, un país con unos recursos naturales sin parangón, la gente muere de hambre. En regiones tan fertiles que crecería una silla si la plantaras, hay miles de personas desnutridas hasta la inanición. Niños a los que el vaso de leche aguada y el pequeño panecillo que les dan en la escuela constituirá lo único sólido que caiga en sus estómagos en todo el día.
En la norteña región de Chaco, el monocultivo extensivo de soja por su escasa necesidad de mano de obra, a condenado a la miseria a miles de indigenas que han tenido que emigrar del campo y pasar a engrosar el ya abarrotado cinturón de miseria que rodea la ciudad de Resistencia.
En Chaco hay entre 50.000 y 60.000 aborígenes. El 94% vive bajo el umbral de la indigencia y el 4% restante bajo el de pobreza. Ni un solo aborigen pertenece a la clase media.
Otro dato espeluznante. En el cinturón de pobreza de Resistencia al menos la mitad de la población no come, es decir que pasa auténtico hambre.
Ustedes, despues de leer esto se preguntarán, vale y que se puede hacer. Yo no lo sé muy bién pero por lo menos tratar de no olvidarlo. Yo escribo aquí para que otros lo lean y si acaso abrir un pequeño canal de debate. Piensen en ello y cuando vean a sus hijos comer lo que un niño necesita para correr, saltar, estudiar y hacer una vida normal, recuerden que no muy lejos, otros niños se duermen de hambre sobre el pupitre de la escuela.
Fuente "El País"