jueves, mayo 03, 2007


CASA EN UN ARBOL
¿Quién en su niñez no ha puesto cuatro maderas sobre un arbol y se ha encaramado sobre ellas sintiendose el rey de la creación?.
Elevarse por encima del entorno, sentirse un Robinsón de guardarropía, retar a los demás con aquello de "fuera del castillo que es de mí tío". Toda aquella parafernalia de nuestra infancia parece que resurge ahora que los niños de antaño nos hemos convertido en agobiados adultos y necesitamos encontrar el espacio virgen de antaño y nos gastamos un disparate de pasta en volver a sentir esa sensación que hace cuarenta años nos costaba un rato de buscar en el vertedero y una tarde de atar con cuerdas el refugio.
No obstante me parece genial que haya personas que en lugar de comprarse un coche de lujo o un yate fuera borda, utilice su capital para procurarse una especie de segunda infancia. Un lugar donde, por unos minutos, volver a ser el niño descamisado que fuimos un día y escapar de la vorágine del trabajo, la familia, los compromisos, las responsabilidades y, en definitiva, la vida real que nos rodea desde que empezó a salirnos vello en las axilas.