domingo, febrero 25, 2007



¿PORQUÉ MATAN A LOS PAYASOS?

En una noticia de agencias publicada por"El País" se daba cuenta del asesinato de dos payasos del modesto circo "Sol de Cali" en la ciudad de Cucutá en plena actuación y ante una veintena de niños que pensaron se trataba de parte del espectáculo.
Transcribo aquí la noticia;

Dos hombres que trabajaban como payasos fueron asesinados en pleno escenario el último martes por la noche, en la ciudad de Cúcuta, al este de Colombia. Un hombre no identificado salió del público y les disparó causándoles la muerte inmediata.

Según algunos testigos, la audiencia de unas 20 personas -en su mayor parte niños- pensaron que los disparos eran parte del espectáculo.

Después de unos momentos de confusión, la trágica realidad de la función fue evidente.
El motivo de este ataque todavía no es claro, dice la policía.

Según el diario El Tiempo de Colombia, el comandante de la policía en Cúcuta, José Humberto Henao, afirmó que el circo "llevaba en el departamento alrededor de dos años, y realizaba sus funciones en los sectores de menores recursos de la ciudad".

Uno de los payasos recibió una mortal bala a la cabeza durante su actuación. El segundo murió cerca de la taquilla del circo y fue identificado como Franklin Leal, de 18 años de edad, quien trabajaba para sostener a su familia.

Pero este caso de diversión convertida en pesadilla no es el primero en esta ciudad.
En el 2006, un payaso conocido como Pepe también murió a causa del disparo de un atacante.

Ser payaso no debe de ser facil. Siempre se ha hablado del payaso que debe hacer reír aunque este triste y su corazón esté roto(aún recuerdo el suicidio de uno de los famosísimos hemanos Tonneti) pero ahora a todo ello se le une la posibilidad de que alguien al que no le gusten tus chistes te descerraje dos tiros. No sé, algo raro debe de estar pasando en este loco mundo para que el oficio de payaso pase a engrosar la lista de oficios peligrosos.

domingo, febrero 18, 2007


LA INSOPORTABLE IMBECILIDAD DEL SER.

La imagen venía hoy en el dominical del País y me ha producido un verdadero terror el comprobar el desprecio que sentimos en este país por la naturaleza, el paisaje, el medio ambiente y todo aquello que no se contabilice en un beneficio rápido para los bolsillos de los cuatro listos de turno y sus complices políticos.
Lo peor no es que los espabilados de turno se hagan de oro alicatando hasta el último rincón del territorio si no que lo verdaderamente terrible es que la gran mayoría de la gente piensa que eso es sinónimo de bienestar y riqueza para el municipio que lo perpetra. Que el campo, los arboles, la construcción razonablemente sostenible, la planificación urbana son cosas que no sirven para nada al lado de la masificación desordenada, los macrocentros comerciales, los atascos diarios y el ruido cada vez más insoportable de nuestras cada vez más masificadas ciudades. Que todo eso es sinonimo de poderío y opulencia, que cuantos más y más grandes coches contaminen nuestro cielo más se verá lo ricos que somos, que cuantas más urbanizaciones se extiendan sin control hasta donde alcanze la vista más nos envidiaran las ciudades vecinas, que cuantas más farolas se instalen en las calles mejores serán nuestros gobernantes. Aunque estas iluminen los solares vacios de urbanizaciones aún por construir.
Esta actitud suicida de nuevos ricos no sé donde nos va a llevar, pero yo que debo ser un bicho raro, echo de menos los lugares de mi infancia que han sido devorados por el ladrillo y me produce una inmensa pena el no poder reconocer en esta ciudad en la que vivo aquella que fué testigo de mi niñez.

domingo, febrero 04, 2007


LOS JUEVES, PECADOS.

¿Cuántos pecaditos tienes? La retahíla del cura era la misma todos los jueves que era el día que en el colegio tocaba confesión. No era obligatoria pero para un niño poco amante de las clases significaba, si sabías ir cediendo la vez, un par de horas de ensimismado recreo en la penumbra de la capilla. Lo peor era inventase unos pecados que sin ser demasiado graves fueran aceptables, porque en realidad ¿en que podía pecar un crío de ocho años? siempre había por lo general alguna pelea con mis hermanos o un mal gesto hacia mi madre nada que pudiera escandalizar a aquel anciano cura. El hermano confesor, casi siempre el mismo, te ponía la mano en el hombro, te imponía la penitencia (casi siempre dos padrenuestros y tres avemarías) y con gesto serio te daba la absolución. Luego me arrodillaba en un banco, inclinaba la cabeza, y después de estar un tiempo prudencial pensando en las musarañas me santiguaba y salía al patio. Nunca le dije a nadie que en realidad nunca rezaba y que tampoco creía en todo aquello. Siempre llevé en secreto aquella pequeña infamia y ahora con los años, creo que en realidad esa fue mi autentica penitencia.