miércoles, enero 03, 2007



OH CAPITÁN, MI CAPITÁN.

Anoche, leyendo la última entrada de un blog llamado "Orsai", que tengo enlazado y les recomiendo, su autor volcaba en la red sus preocupaciones como padre treintañero, lo que me hizo plantearme las mias propias como padre cuarentón y proximo al medio siglo.
Las palabras que titulan esta entrada y que he extraido de la pelicula "el club de los poetas muertos", me llevan a recapacitar sobre el papel que ejercemos en la educación de aquellos a los que hemos decidido traer a este mundo. Posiblemente, si el hecho de ser padre me hubiera acontecido a los veinte y pocos años, quizá no me habría planteado tantas disquisiciones y siendo como era entonces bastante loco y superficial, le habria educado un poco a salto de mata, sin más preocupaciones que las propias de que no le faltara de comer y diversión. Pero al llegar a la paternidad a una edad avanzada en la que ya casi no la esperaba, me ha cogido como con un exceso de responsabilidad que me tiene un poco sobrepasado.
No es facil la educación de un hijo y menos cuando los años te van haciendo cauto y precavido. Cuando intuyes que quizás la vida de tu hijo te pillará demasiado mayor para poder disfrutarla en toda su plenitud, quizás demasiado cansado para encauzarla convenientemente y sufres porque ese pequeño espejo de ti mismo vuela demasiado rapido para tus pesadas piernas y se te escapa entre los dedos como la arena caliente. Miras esa foto en la que aún se deja guiar por ti en la barca de la vida y piensas en cuanto tiempo más podrás guiarle por la senda adecuada(o la que tu piensas que es la adecuada) y en que momento empezara a volar bajito pero solo y si en ese momento le habras preparado lo suficiente y si el sabrá que está preparado y si lo está y si tu lo estás (aunque eso poco importe) y si en definitiva tu papel en todo esto ha cumplido su misión y en que, ¡joder! que dificil es todo y que sensación te queda de que hagas lo que hagas siempre pensaras que debiste hacerlo de otra manera.
Alguien a quien admiro, el poeta Joan Margarít, lo describió perfectamente en su poema " piscina".

No le temía al agua, sino a ti,

Era tu miedo lo que yo temía,

Y este lugar profundo

Donde desaparecen las baldosas.

Me arrastraste hacia allí, recuerdo aún

La fuerza de tus bazos obligándome,

Mientras trataba de abrazarme a ti.

Aprendí a nadar, pero más tarde,

Y olvidé muchos años aquel día.

Ahora que ya nunca nadarás,

Veo a mis pies el agua azul, inmóvil.

Comprendo que eras tú quien se abrazaba

a mí para cruzar aquellos días.

Jueguen con sus hijos, crecen demasiado deprisa para no hacerlo y luego se arrepentiran.