lunes, enero 29, 2007



YO TUVE UN CINE NIC

Hará poco más de un mes caí en la tentación de instalar en el blog un contador de entradas que además me proporciona una serie de estadísticas sobre las visitas del mismo, como la hora de consulta, el servidor utilizado y el país del visitante. Sobre esto último me ha sorprendido sobremanera que me visite gente de lugares tan lejanos como Japón, China o Australia. La cantidad de visitas no es gran cosa, tampoco es que me preocupe, siempre he preferido la calidad a la cantidad y el pequeño grupo de asiduos al blog es una gente estupenda que enriquece con su presencia estas sencillas líneas. De lo que hoy quería hablar y al hilo del titulo de la entrada, es de lo increíble que me resulta el hecho de que nadie se sorprenda de recibir en el acto y en la intimidad de su casa un comentario escrito al otro lado del mundo.
No soy un hombre mayor. Tengo cuarenta y seis años, pero diría que en los últimos treinta y seis he pasado del siglo XIX al XXI sin pasar por el de en medio.
Cuando tenía ocho ó nueve años me regalaron un "Cine Nic" que en aquel entonces era lo más en cuestión de juguetes. Para los que desconozcan de que estoy hablando, les haré un pequeño resumen.
El Cine Nic era un rudimentario proyector de dibujos "animados" como se puede ver en la foto. Constaba de un par de carcasas de cartón con una bombilla en su interior, unas manivelas y un par de lentes que alternativamente proyectaban la imagen.
La pelicula era una simple tira de papel vegetal con dos filas superpuestas de imagen que diferían ligeramente proporcionando una sensación de movimiento y un texto que explicaba someramente la acción. Dos rodillos hacían girar el rollo de papel y un mecanismo consistente en una pieza de metal que subía y bajaba, tapando alternativamente una de las dos lentes creaba la sensación de movimiento proyectada en la pared. Es increible que los niños de mi generación nos fascináramos con este artilugio que nos parecia mágico y que ahora sea una pieza de museo cuando los que lo disfrutamos aún estamos vivos y coleando.
Resulta cuando menos sorprendente el gigantesco salto que ha dado la técnica para que un joven adulto que conecta con gente del otro lado del mundo y accede a la información más latente y actual aún recuerde que en su infancia jugaba con un primitivo proyector de tiras de papel.
Como decían en la ya obsoleta "Soilent Green" cuando el futuro nos alcance.


martes, enero 23, 2007



LOS DOMINGOS

Los domingos, sobre todo los largos y calurosos domingos del verano podían ser interminables para un hombre casado lejos de su familia en una tierra extraña, con gentes que hablaban idiomas a veces incomprensibles y con unas costumbres que eran muy distintas a las suyas. En esos días, la quietud de la mañana era entonces rota solo a trechos por el tañido de las campanas de la iglesia de la Magdelein que avisaba a los cristianos- en su gran mayoría funcionarios franceses y trabajadores de la vieja Europa- del comienzo de la misa, o por la llamada del Almuédano desde la lejana mezquita de la Medina convocando a los fieles para la oración. A Luís Verdú le gustaba a veces, en aquellos largos días del estío bajar hasta la vieja Medina y recorrer sus estrechas callejas repletas de gente. Sus sonidos y olores le traían recuerdos de su lejano pueblo y en sus rincones podía adivinar semejanzas que por momentos le hacían pensar que a la vuelta de una esquina podía aparecer de pronto el Bulevar, la Glorieta o cualquier otro lugar de su querida villa. Así, muchos domingos, tras el desayuno que Madame Ancelet servía en el pequeño comedor de la pensión rodeados del canto de los canarios y de viejas láminas con amarillentos paisajes de Auvernia que pendían de las paredes, salía de la casa, bajaba por la rue de saint Paul, giraba por place de france y enfilando la rue de moulins llegaba hasta Bab Marrakech, una de las dos puertas por las que la Medina se abría al mundo exterior. Al poco de haber cruzado el umbral y si cerraba los ojos, podía sentir poco a poco como si hubiera regresado al pueblo. El olor del humo de los hornos, la resina de la leña, el estiércol de los asnos que pasaban en todas direcciones, el lejano aroma del pan haciéndose, de las frutas en los puestos, los higos recién arrancados, de los dátiles y los melones que se agrietaban al calor, el zumbido de la gente y de las moscas, el continuo trasiego de mercaderías o las voces de los vendedores pregonando sus productos hacían que, salvando el idioma le pareciera estar en aquel mismo instante andando por su Pinoso un domingo de mercado.

Le alegraba comprobar que a tantos kilómetros de casa todo fuera tan sumamente parecido, que a pesar de la distancia aquellas gentes hicieran las cosas de igual manera que en su pueblo y usaran los mismos gestos y triquiñuelas para alabar las bondades de sus mercancías y atraer a la posible clientela.

Solía deambular por las callejuelas atestadas de la Medina hasta cerca del mediodía, procurando no salir de las calles principales y acabar en algún estrecho callejón en donde era posible para un europeo, por muy humilde que fuese sufrir un asalto en toda regla y ser, con suerte, tan solo desplumado. A veces se permitía el lujo de gastar unos céntimos en un café y se sentaba en un cafetín minúsculo regentado por un judío sefardí que le llamaba moshu Virdú y le mostraba orgulloso la llave de la casa que sus antepasados habían tenido que abandonar en Toledo cuando fueron expulsados de su lejana y amada España.

Cuando el sol estaba en su cenit y el lejano reloj de dessigny desgranaba sus doce campanadas, Luís Verdú desandaba el camino que lo había acercado aunque fuera en espíritu a las calles de su infancia y dirigía de nuevo sus pasos hacia la place de France y la modesta pensión “L’Augvernese donde como cada Domingo, Madame Ancelet, Sabedora de que a los hombres aunque estos fueran solo huéspedes se les gana por el estomago y deseosa de cuidar su clientela de trabajadores españoles, hacía para comer paella.

PD. Luís Verdú fué mi bisabuelo que trabajo de albañil en Casablanca cuando la ciudad moderna eran tan solo rayas de cal en el suelo.

martes, enero 16, 2007


ERA UN ANIMAL PEQUEÑO Y CENICIENTO.

Era un animal pequeño y ceniciento, con un pelo de estopa apelmazado de secos pegotes de barro y sembrado de cardillos y briznas secas de hierba. Un perro cruzado de mil razas con los rasgos propios de los cimarrones nacidos de las más variopintas cópulas, patizambo y desgarbado. Cojeaba ligeramente de una pata trasera y llevaba el borde de las orejas minado de garrapatas como una excrecencia negra y deforme que las carcomía. Su mirada era torva y huidiza y en todo el derredor de la boca le brollava una espuma blanca y espesa que goteaba en densos cuajarones. Caminaba haciendo sesgos por el camino dando pequeños brinquitos a causa de su pata herida que exhibía un oscuro y reseco costrón que la había tornado rígida. Al llegar a un altozano vio subir por la senda a dos niños pequeños que cargaban unos pesados haces de sarmientos a la espalda. El niño no tendría mas de diez años, la niña apenas cinco. Subían encorvados por aquel peso, excesivo para su corta edad. Iban descalzos y vestían unas ropas ajadas y tachonadas de remiendos de los más diversos colores. Ninguno de los hijos mayores de Pepe “El sincero” había ido nunca a la escuela y los dos mas pequeños llevaban el mismo camino. Con seis bocas que alimentar, el oficio de lañador daba para pocas letras y conforme cumplían edad para tenerse en píe, “los sinceros” contribuían a la magra economía familiar buscándose la vida de las mas diversas formas. Ayudaban a descargar carros los domingos de mercado, recogían las boñigas de los burros y los pequeños descuidaban un melón o un puñado de higos de algún huerto poco protegido o hurtaban los sarmientos amontonados en los bordes de los campos. Venían de ello cuando al levantar la cabeza vieron bajar aquel perrillo indefinido trotando por el camino, errático, como huyendo de un mal amo que lo hubiera majado a palos. Herminia, la benjamina de los sinceros, desde el día en que se paró sobre sus dos piececillos se había dedicado a perseguir y abrazar a todo bicho viviente que se dejara y ahora no se lo pensó dos veces, soltó la brazada de ramas que llevaba y se fue hacia él gritando “Pipo, pipo, pipo, (llamaba pipo a los perros y toto a los gatos) se abalanzó sobre el can y lo estrujó con los brazos. Sorprendido, el perro se revolvió y le tiro un bocado que le alcanzó la cara. La niña dio un grito y rompió a llorar mientras la sangre le brotaba roja de la mejilla y empezaba a chorrearle por la mano con la que intentaba tapar la herida. Su hermano corrió hacia ella con el miedo y la rabia zumbándole en las sienes. Al ver la sangre y el terror en el rostro de su hermana lanzó un juramento, buscó por el suelo y cogiendo una piedra grande como su puño la lanzó al animal que huía entre las cepas alcanzándole en las costillas. Este dio un gemido apagado y se desplomó en seco como un fardo. El chico miró a su alrededor mientas en sus oídos resonaba el llanto de la pequeña, cogió la piedra más grande que sus delgados brazos pudieron levantar y se adentro en la viña. Los pies se le hundían a cada paso en la tierra recién labrada y en el cuello sentía cada vez mas el peso de aquella roca que iba resbalando de sus manos. Tras una docena de pasos se detuvo. Allí a sus pies, gimiendo y boqueando, con la sucia espuma cubriéndole el hocico yacía aquella maraña de pelo ceniciento y trapajoso cuyos ojos le miraban fijamente como suplicando –por favor, por favor, líbrame de este pesar- el muchacho levantó la piedra sobre su cabeza y dudó, pero en un último latigazo de su mal, el perro lanzó una dentellada que le rasgó la carne del tobillo. Indalécio Albert, el “Sincero pequeño”, dejó caer con toda su fuerza el pesado canto y aún tres veces sobre aquella pobre bestia enferma que sin saberlo todavía, había sellado sus destinos.

domingo, enero 14, 2007


LA RABIA

Un solo vistazo le bastó a Don Dimas, el médico, para verificar la terrible sospecha. Hidrofobia. La temida y mortal rabia anidaba en el cuerpo de aquel perrillo que yacía en el suelo de su consulta después de que Pepe “el sincero” entrara en ella con el rostro desencajado y lo arrojara a sus pies. No había ninguna duda, aun con el precario instrumental del que disponía, la presencia del virus era bien visible. La abundante y blanquecina espuma que bordeaba la boca, la rigidez de los músculos y la inflamación de la glotis que pudo apreciar al abrirlo con un escalpelo hicieron que el anciano doctor se sorprendiera de que aquel animal hubiera llegado con vida hasta esa misma mañana y hubiese sido una piedra arrojada por el pequeño “sincero” después de que el perro le mordiera a el y a su hermana hacía tan solo unas horas la causa de su muerte y no la enfermedad que debía de haberlo fulminado irremediablemente tiempo atrás. Solo había un remedio y este quedaba fuera del alcance de sus manos, aun incluso fuera del alcance de los médicos de la capital. Sabía por haberlo leído una vez en el periódico que solo en la lejana Barcelona existía la remota posibilidad de encontrar la nueva y escasísima vacuna de Pasteur y que de no ser así, tan solo un costosísimo y casi impensable viaje a París, a los propios laboratorios del genio francés podía salvar la vida de aquellos niños. Así se lo dijo a Pepe “el sincero” y así lo comunicó a las autoridades y a la guardia civil para que indagaran por los alrededores si alguna otra persona había sido mordida por aquel perro y trataran de averiguar si habían mas animales infectados por los contornos. Pepe, al oír la noticia sintió como si hubieran puesto ante él los cadáveres yertos de sus dos hijos. Era de todo punto imposible que él con su miseria pudiera siquiera pensar en pagar semejante fortuna. A partir de aquel momento todo su mundo se vino abajo y comenzó a actuar como si ya hubiesen muerto. Sacó del colchón los pocos dineros que había podido ahorrar y con ellos apalabró la entrada de un nicho en el cementerio, habló con don Ismael el párroco para concretar las exequias fúnebres, con las tablas de unas cajas de latas de petróleo que le dio don Enrique en la ferretería construyó con sus propias manos dos pequeños ataúdes y una vez acabados, se sentó en una sillita baja frente a la exigua chimenea con los dos niños sentados en sus rodillas y acunándolos dulcemente comenzó a llorar como nunca nadie en el pueblo había visto llorar a un hombre.

lunes, enero 08, 2007


EL NEGRE LLOMA

Hoy quiero contaros dos historias, una real y la otra tal vez ficticia y que creo constituye la primera leyenda urbana del siglo XX en mi ciudad de Alicante.
La primera versa sobre un personaje popular que vivió en la ciudad en el primer tercio del siglo. Un simpático y curioso vagabundo llamado John Buck ó John Bull y al que todos conocian por el sobrenombre de "el negre lloma".
Este tal John era al parecer el marmitón de un buque petrolero llamado "Tiflis" que en 1914 se incendió en las proximidades del puerto de Alicante. El resto de la tripulación fué repatriada, pero el decidió quedarse en la ciudad, tal vez atraido por el benigno clima de la "terreta" el caso es que se convirtió en un personaje más de la vida alicantina.
Trabajo no se le conocía, vestía de las ropas que le daba la gente y comía de la caridad ciudadana. se le solía ver por la explanada y aledaños, siempre con los zapatos en la mano o colgados alrededor del cuello zascandileando por la ciudad, entregado al dolce far niente. Tanto fué así que el acervo popular acuñó la frase "eres mes gandul que el negre lloma".
Solía agarrar unas merluzas de aúpa y entonces se dedicaba a piropear a las mujeres con requiebros ininteligibles en su pesimo castellano. Les decia cosas como"muquela coven(se entiende por mujer joven) tu estas comible". Con lo que las mujeres al ver a aquel negrazo enorme, desarrapado y con hambre de días le ponían en las manos una hogaza de pan o unas morcillas.
Fernando Gil Sanchez, en su libro "Alicante una ciudad en el recuerdo"de 1974, decía lo siguiente:
Le llamábamos el negre lloma
sin saber porque, ni cuando le pusieron el grotesco nombre,
ni en que día de burla.

Mas apareció por las calles de Alicante como un circo de un solo actor
aplaudiéndose a si mismo con sus grandes manos, desgastadas y palmiblancas.

Con sus zapatones gigantes, rotos y desgastados.
Con su raido costal de pita, al hombro.
Con su figura monumental, mas enorme por su negror.
Con su sonrisa de lengua roja y dientes blanquísimos.
Con su cabeza de anillado cabello, sucio y blanco de tierras.
Con sus ademanes y movimientos cadenciosos como pasos de baile, como mágicos ritmos.
Con sus pantalones guangos y su chaqueta siempre desabotonada y aleante.
Con su idioma español de un acento tropical, lejano e incitante.
Con su función maravillosa, espectacular, increíble e inocente.
Con su botella de gasolina de la que tomaba sorbos, asombrándonos y los lanzaba en violento chorro sobre un algodón en llamas para apagarlo después dentro de su misma boca.

"El negre lloma" tomó bien pronto carta y adueño de la conversación y en la voz popular y quedo grabado y descrito en la graciosa frase:
"Eres mes vago qu´el negre lloma"

Y es que el pueblo, el artesano, el vendedor, el comprador, el pescador y el labriego, asidos a su cotidiano y necesario trabajo, no pudieron vivir, avenido solo a un espectáculo nimio y simple en el que los niños y los bobos iban y miraban extasiados.



El mismo Gil Sanchez aventura que el busto del negre lloma es la silueta que , coronada de laureles aparece en el escudo del equipo de futbol de la ciudad, el "Hercules".

La segunda historia entronca con el mismo personaje y nos dice que John Buck ó Bull, es decir el famoso negre lloma apareció muerto de hambre o frio o alcoholismo o tal vez todo junto en una cuneta de Vistahermosa, en aquel tiempo las afueras de la ciudad, la madrugada del 20 de noviembre de 1937, aproximadamente a la misma hora en que al otro lado de la ciudad era fusilado Primo de Rivera, el fundador de la Falange.
Como quiera que nuestro John era pobre de solemnidad, tras certificarse su defunción fué enviado al cementerio a cargo del erario público y arrojado a la fosa común que en aquellos años de guerra civil estaba bastante concurrida. Quiso el azar que al mismo tiempo llegaran al camposanto el negre y los fusilados de aquel día y sus inertes cuerpos se mezclaran en improvisado entierro siendo a su vez cubiertos por los que en los siguientes años de lucha fratricida se sumaron por miles.
Acabada la guerra, el franquismo vencedor se apresuró a crear los heroes y mártires de su sangrienta cruzada y los principales mandos falangistas viajaron a Alicante a exhumar los restos de Primo de Rivera para darles la sepultura que ellos pensaban merecía. Es aquí donde entra en escena nuestro personaje pues aunque las crónicas dicen quelos restos fueron perfectamente identificados, aquello, dos años despues era un amasijo ingente de huesos, ropas y escasos restos orgánicos y las malas lenguas populares aseguraron por lo bajini (no eran tiempos de hablar en alta voz) que los despojos que cincomil falangistas llevaron a hombros de Alicante a Madrid no eran otros si no los del pobre marmitón del petrolero Tiflis, el negrito lloma que despues de una azarosa y vagabunda vida reposa en el más fastuoso mausoleo que la locura humana pudiera concebir, el panteón de el valle de los caidos.
Puede que esta historia no sea cierta, puede que solo fuera la sarcastica forma que los perdedores tuvieron de ridiculizar la pena de su derrota, pero a mí me gusta pensar que a veces el cosmos pone de una manera sutil las cosas en su sitio y que el hecho de que los restos de aquel simpático y borrachín vagabundo reposen entre aquellos mármoles solemnes nos recuerda que a la postre no somos más que un soplo de polvo de estrellas.


Gracias a alicantinos por su información.

miércoles, enero 03, 2007



OH CAPITÁN, MI CAPITÁN.

Anoche, leyendo la última entrada de un blog llamado "Orsai", que tengo enlazado y les recomiendo, su autor volcaba en la red sus preocupaciones como padre treintañero, lo que me hizo plantearme las mias propias como padre cuarentón y proximo al medio siglo.
Las palabras que titulan esta entrada y que he extraido de la pelicula "el club de los poetas muertos", me llevan a recapacitar sobre el papel que ejercemos en la educación de aquellos a los que hemos decidido traer a este mundo. Posiblemente, si el hecho de ser padre me hubiera acontecido a los veinte y pocos años, quizá no me habría planteado tantas disquisiciones y siendo como era entonces bastante loco y superficial, le habria educado un poco a salto de mata, sin más preocupaciones que las propias de que no le faltara de comer y diversión. Pero al llegar a la paternidad a una edad avanzada en la que ya casi no la esperaba, me ha cogido como con un exceso de responsabilidad que me tiene un poco sobrepasado.
No es facil la educación de un hijo y menos cuando los años te van haciendo cauto y precavido. Cuando intuyes que quizás la vida de tu hijo te pillará demasiado mayor para poder disfrutarla en toda su plenitud, quizás demasiado cansado para encauzarla convenientemente y sufres porque ese pequeño espejo de ti mismo vuela demasiado rapido para tus pesadas piernas y se te escapa entre los dedos como la arena caliente. Miras esa foto en la que aún se deja guiar por ti en la barca de la vida y piensas en cuanto tiempo más podrás guiarle por la senda adecuada(o la que tu piensas que es la adecuada) y en que momento empezara a volar bajito pero solo y si en ese momento le habras preparado lo suficiente y si el sabrá que está preparado y si lo está y si tu lo estás (aunque eso poco importe) y si en definitiva tu papel en todo esto ha cumplido su misión y en que, ¡joder! que dificil es todo y que sensación te queda de que hagas lo que hagas siempre pensaras que debiste hacerlo de otra manera.
Alguien a quien admiro, el poeta Joan Margarít, lo describió perfectamente en su poema " piscina".

No le temía al agua, sino a ti,

Era tu miedo lo que yo temía,

Y este lugar profundo

Donde desaparecen las baldosas.

Me arrastraste hacia allí, recuerdo aún

La fuerza de tus bazos obligándome,

Mientras trataba de abrazarme a ti.

Aprendí a nadar, pero más tarde,

Y olvidé muchos años aquel día.

Ahora que ya nunca nadarás,

Veo a mis pies el agua azul, inmóvil.

Comprendo que eras tú quien se abrazaba

a mí para cruzar aquellos días.

Jueguen con sus hijos, crecen demasiado deprisa para no hacerlo y luego se arrepentiran.

lunes, enero 01, 2007



FELIZ AÑO NUEVO

Llevamos diez minutos del 2007, la gente se besa, descorcha botellas de cava y tira petardos. Feliz año nuevo a todos.