jueves, diciembre 21, 2006



LA LUZ.

El rumor punzante se le acrecentaba por las mañanas y le subía a la boca del estomago en oleadas, quemándole como un fuego cada vez que doblaba la espalda para recoger un capazo de tierra o palear una carga de grava. Era como una alimaña agazapada en sus entrañas que despertaba reclamando su alimento y arañaba con saña desde el interior pugnando por llamar la atención de su dueño, a quien le era totalmente imposible no percatarse de aquel llamado constante y brutal a que lo sometía en cada despertar y hasta bien entrada la mañana en que la dosis de antiácido iba surtiendo su efecto y mitigaba en parte el dolor y permitía una breve pausa de sosiego, el poder ingerir algo de alimento y olvidar aun por el corto espacio de unas horas los zarpazos de aquella bestia que lo atormentaba. –Esta úlcera me está matando- decía entre dientes apretándose el vientre con la mano mientras trataba en vano de relajar el rictus que afloraba a su rostro retorciéndolo en una mueca de dolor que asemejaba una sombría sonrisa que hacía fuera conocido como “Don risas” por los demás operarios de la excavación. Esa era precisamente la mueca que mostraba cuando se hizo la foto. Fue el día anterior al que tenía que acudir a la consulta del especialista y la última vez que le vimos con vida. Era una foto de grupo, estábamos todos los operarios alrededor de una pizarrita que indicaba la fecha del retrato, colocados a la manera de los equipos de fútbol. Quiso la casualidad que a él le correspondiera ocupar uno de los ángulos del grupo. Se tomó la instantánea y quedó momentáneamente olvidada en el interior del carrete con el resto de imágenes que mostraban el avance de las obras, a la espera de juntar varios carretes que llevar al revelado. Supimos que estaba muy enfermo y casi sin solución de continuidad que había fallecido victima de lo que él creía una úlcera y se declaró como un cáncer gástrico en fase terminal, Un par de meses más tarde, llegó del laboratorio el revelado de cuatro meses de trabajo y al ordenar las fotografías para su clasificación apareció aquella instantánea y descubrimos con sorpresa algo que no supimos si era un defecto de la toma o una premonición. Tal vez fuera simplemente un rayo de sol que había incidido sobre la lente en el instante del disparo o tal vez no, pero allí, en el ángulo de la imagen, sobre la figura del difunto, un destello de luz blanca se le posaba nítidamente en el hombro.