martes, octubre 10, 2006



EL LEÑADOR EGOISTA

Hace no mucho, mucho tiempo, en un pequeño país meridional vivía un leñador que todos los días iba a un bosque cercano a su casa a cortar leña para venderla en el mercado. Este hombre vivía bien con el fruto de su trabajo, tenía una pequeña pero bonita casa , una hermosa mujer y una camioneta en la que cargaba la leña que luego vendía al peso en el mercado.

Pero hete aquí que un sábado, cuando llegó al pueblo para vender la corta de la semana, se encontró a otro leñador amigo suyo que conducía un impresionante mercedes descapotable.

¿De donde has sacado eso? le preguntó, a lo que el otro le contestó: veras, como sabes el alcalde es mi cuñado así que me puse de acuerdo con el y a cambio de cederle una parte del terreno el ayuntamiento me lo recalificó y se lo vendimos a un promotor por veinte veces lo que antes valía. Como además el promotor era primo de mi cuñado el alcalde, parte de lo que nos dio fue en acciones de la promotora, así que como van a construir dos mil chalets, dos hoteles y tres campos de golf, las acciones multiplicaran por diez su valor, con lo que en un par de años tendré tanto dinero que no necesitare trabajar el resto de mi vida. Oye ¿porqué no haces lo mismo con tus tierras?. A lo que nuestro leñador contestó: no gracias, yo ya tengo bastante con lo que gano para vivir bien, además me gusta ir al bosque a cortar leña, sentir el aroma de los pinos y las carrascas, ver a los pájaros anidando y las ardillas guardando bellotas para el invierno, oler el mirto y la hierbabuena y sentir que mi trabajo además de darme sustento, ennoblece mi espíritu y me hace sentir en paz con lo que me rodea.

Se despidieron sin más y nuestro hombre volvió a sus labores cotidianas, pero un día de verano, cuando un viento tórrido del sur hacía crepitar las agujas de los pinos el bosque del leñador ardió por los cuatro costados. Nada se pudo hacer por salvarlo al haber ardido misteriosamente por varios puntos a la vez y, al día siguiente, cuando todo lo que abarcaba la vista eran cenizas y muñones de troncos carbonizados nuestro hombre se sentó en una piedra y lloró amargamente su desgracia.

Acosado por las deudas, incapaz de conseguir un crédito para reforestar el bosque el pobre leñador se vio obligado a vender sus tierras la precio que le ofrecieron y marchó con su mujer a la ciudad a buscar un mejor horizonte. Curiosamente, un tiempo después el ayuntamiento recalificó los terrenos y su nuevo dueño los vendió ventajosamente a una promotora. ¿Adivináis de quien era?.